Ya desde la época de los griegos, se empezaron a barajar diferentes hipótesis sobre el origen de la vida.
Todo comenzó con Aristóteles, en el siglo IV a.C., quien propone la teoría de la generación espontánea, que afirma que los seres vivos surgen de la materia en descomposición.
No fue hasta el siglo XVII cuando se siguió especulando sobre el origen de la vida. Jan B. van Helmart, que afirma que los seres vivos vienen de la tierra y el agua, a partir de un experimento en el que planta un brote de sauce y, al final, llega a la conclusión mencionada.
Años más tarde, Redi, que dudaba completamente acerca de la teoría propuesta por Aristóteles, colocó un trozo de carne en tres jarras iguales, dejando una abierta y otras dos tapadas, y observando que en las tapadas no podían crecer larvas de gusanos si no introducían en ellas huevos. Igualmente, se vio obligado a admitir que en ciertas ocasiones se daba generación espontánea debido a la gran aceptación de esta teoría entre la gente de esta época.
Más tarde, Spallanzani, "biólogo de los biólogos", rechaza en 1769 la teoría de la generación espontánea, y realiza un experimento introduciendo un trozo de carne en un recipiente, calienta la carne para esterilizarla y la encierra más tarde en un recipiente, demostrándose que no surgen microorganismos de la materia en descomposición tras percatarse de que si no están bien sellados los recipientes, podrían encontrarse microorganismos en su interior.
En 1839, Schleiden y Schwann proponen la teoría celular, la cual afirma que toda célula viene de otra, que todos los seres vivos están formados por células, y que la célula es la unidad estructural, funcional y reproductora de los seres vivos.
Louis Pasteur, en 1864, anuncia sus resultados sobre un experimento que descartaría completamente la teoría de la generación espontánea: con unos matraces en forma de cuello de cisne, con un cuello estrecho en forma de S, introduce un caldo que permanece intacto aunque el aire entre, y observa que los microorganismos no pueden entrar por el cuello de cisne. Para reafirmar su experimento, corta el cuello de uno de los matraces y el caldo se infecta.
Oparin afirma que en sus inicios, la Tierra presentaba elevadas temperaturas que imposibilitaban la vida, y había una alta actividad volcánica en la que se expulsaron diversos gases a la atmósfera. Pasados millones de años, el planeta terminó enfriándose, haciendo que esos gases se condensasen, formaran los océanos primitivos (sopas primitivas), en los que empezaron a desarrollarse unos microorganismos llamados coacervados, antecesores de la célula procariota.
Poco tiempo más tarde en el mismo año, Haldane llegó a conclusiones similares a las del experimento de Oparin, y su trabajo contribuiría más tarde como fundamento de la síntesis evolutiva moderna, que integra la teoría de la evolución de Darwin, la teoría genética de Mendel, la mutación genética como fuente de variabilidad, y su genética de poblaciones.
En 1953, Stanley Miller reproduce un experimento con las condiciones propuestas por Oparin: metano, amoniaco e hidrógeno, y obteniendo a través de estos gases monómeros, moléculas de primer orden que se unen para formar polímeros (proteínas, ácido nucleico...), reafirmando la teoría de Oparin del origen de la vida.
Actualmente, la teoría de Oparin, habiendo sido reforzada por Miller, es la más creíble a día de hoy.
Además, se especula con otra hipótesis llamada Panspermia, que propone que la vida puede tener su inicio en cualquier parte del universo y no proceder directa o exclusivamente de la Tierra. Sus contras: si pudieron haber llegado a la Tierra en meteoros, es casi imposible que pasasen de la atmósfera debido a las elevadas temperaturas que se dan lugar, eliminando toda clase de microorganismos o vida en ellos.
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